En aquel tiempo, tomó la palabra Jesús y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien.
Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».
(Mt 11,25-30) Domingo XIV del tiempo ordinario.

Hoy Jesús sale al encuentro de los cansados y agobiados. Podía ver entre ellos a la gente sencilla que había aceptado el Evangelio. Venían de transportar cargas pesadas: la pobreza, la marginalidad, una religión que los descartaba, la enfermedad, la fragilidad psíquica, la muerte de seres queridos, la soledad de una vida que nadie mira ni repara en ella. Parece que la Buena Noticia para ellos es luz, esperanza, alegría.
¿Estamos nosotros cansados?
Quizás nos canse vivir en la incertidumbre: ¿qué pasará con el futuro? ¿más aún con mi futuro? Y no encontrar todavía respuesta.
O nos agobia vivir tan demandados por las relaciones, por las expectativas, por opiniones y discursos, por el imperativo “sé feliz”… para que al final me diga: ¿y yo qué? ¿y yo quién soy?
O bien nos preocupa el no tener trabajo, el no poder establecer una vida de familia a corto plazo, el ver a tu familia en conflicto, el descubrir la enfermedad muy cerca de ti, o simplemente no poder estudiar lo que te gusta.
Jesús, en medio de todos estos cansancios, es “alivio” y nos propone aprender de Él. Hagámosle caso.
José Luis Pérez sscc