MORIR POR EL QUE SE MUERE: EL LEPROSO
En este sexto domingo del tiempo ordinario se nos presenta Jesús curando a un leproso. Esta curación nos vuelve a mostrar varios tópicos de la presencia de Jesús desde que se inició la vida pública:
-paso haciendo el bien
-las leyes rituales que pretendían dar culto a Dios quedan superadas si están establecidas a costa de hundir a los hombres
-Jesús no quiere una publicidad que le da fama pero no seguimiento.
En ese superar la ley si esta no concluye en el amor a los hombres, Cristo enfatiza con su actuación tres aspectos: cura en sábado y permite que el leproso se acerque e incluso lo toca convirtiéndose el también según la ley en impuro.
Pero Jesús no era un frívolo. No era un “chulo” que no consentía ninguna autoridad sobre él. El origen de la ley de pureza sobre la lepra que nos indica el levítico -y la primera lectura de hoy- era solidario y beneficioso para la comunidad. El desconocimiento del origen de la lepra imponía leyes de asepsia que el enfermo asumia por el bien de la familia y la sociedad. Los miles de muertos que la lepra ha dejado en siglos posteriores en todo el mundo, atestiguan una gran sabiduría en las prescripciones que los judíos atendían como “palabra sanadora de la ley”. Pero es que ningún sistema humano elimina por sí mismo el mal y la limitación. Tan solo Dios.
Los hombres pensamos que nuestros sistemas nos protegen y los defendemos con una fuerza explícitamente atea o anónimamente contra Dios aunque seamos creyentes. Pensamos que nuestra fuerza, inteligencia, logística…eliminara el mal.
Cuando Jesús acepta que el mal le toque, que Él sea el impuro, nos adelanta prolépticamente la lógica de la pasión. Alguno tendrá que morir y ser tocado por el mal para la sanación de los muchos. Jesús aceptará en la cruz el ser considerado por la religión de su tiempo un maldito. Pero esa maldición es la única manera de acercarlos a Dios. Su muerte fue justa en el sistema de los hombres; injusta desde la misericordia de Dios. Se atenía a derecho para los romanos; caía en blasfemia para los judíos…. Para Dios , alguien tenía que asumir la impureza para ser blanqueado en la sangre del cordero. Cristo se deja manchar por el leproso –y por los pecados de su pueblo- para que este pueda tener salud.
Todo el que ama sabe de que estamos hablando. Solo quien asume la cruz libremente y por amor entra en la dinámica de morir a si mismo y a “los justos” por amor. Todo el que ama sabe que tiene que adelantar crédito en la banca del sacrificio para que los demás crezcan: el amor inmerecido por los hijos, el sacrificio del profesor más allá de lo estipulado, la constancia del catequista que una y otra vez llama a mirar al Señor, la pareja que sabe que solo vivirá de amor si muere a sí mismo…. Y de manera eminente los religiosos. Si estos hombres y mujeres olvidasen que en el centro de su llamada está sacrificar la vida con Jesús perderían el “más”, inherente a una opción vocacional que no puede calcular sino desbordarse para amar más allá de la ley, más allá de la armonía, más allá de la propia salud. El padre Damián que se hizo leproso sin merecerlo nos habla, con una belleza purulenta, del desbordamiento hacía los hombres que produce la verdadera unión con Dios. Como decía aquella canción hablando del leproso por amor…. “mucho más limpia se queda una mano que enfermó”. Pero como él, nadie comprenderá que solo Cristo cura hasta que nos dejemos tocar por el mal del mundo confiando solo en Dios. El Padre no deja a un enfermo de amor sin curación: nunca. Aunque aquí en la tierra, sin fe , pueda parecerlo.
Silvio Bueno ss.cc.