¿Qué joven no firmaría una formación que le prometa el día de mañana no solo un buen trabajo sino incluso una suma de dinero tal que pudiera llegar a vivir sin trabajar diciéndose a sí mismo hombre, tienes bienes acumulados para muchos años, túmbate, come, bebe y date buena vida?
Ese sería el ídolo de muchos, el “triunfador” y, sin embargo, para el Evangelio de este domingo ese hombre es un necio, que amasa riquezas para sí pero no es rico ante Dios.
Formarse para encontrar un trabajo con el que ganarse la vida es lo que hay que hacer, pero en el momento en el que el trabajo pierde la relación de servicio a los demás y la dimensión económica que le es intrínseca ocupa el primer lugar, entonces se le ha robado al trabajo su verdadero sentido, su capacidad para sentirnos útiles, y la serpiente de la ambición nos ha inyectado el virus de la codicia llevándonos, además, a vivir mal el tiempo de trabajo.

Sorprende la hondura con la que el Evangelio cala el corazón del ser humano. Este hombre es necio no por ser rico sino por ser codicioso, es decir, por vivir aspirando a acumular más y más, por no bastarle con ver el granero lleno sabiendo que había excedente, sino por derribarlo para construir otros mayores, cuando otras podían haber sido las soluciones si su corazón no hubiera estado corrompido por el dinero y esa ceguera hubiera dado paso a una mirada abierta al otro y sus necesidades.
Hay por ahí un libro que, riéndose de este “triunfador”, se titula: “Tenga usted éxito en su muerte”. Y es que Dios le dijo a ese hombre necio “esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado ¿de quién será?” Todo un cuadro de vanitas barroco que desde la perspectiva final de la muerte (¡como tanto recuerdan los que acompañan a moribundos!) se arroja una luz clarividente sobre la vida, colocando todo en su verdadero sitio. Solo el bien que has hecho y la gente a la que has querido acaba contando. Pero la codicia nos engaña.
Vive tus bienes con agradecimiento, gánalos con tu esfuerzo y trabajo, descubre que con ellos puedes compartir, ayudar, no pongas en ellos tus deseos, que tu corazón esté atrapado por el Amor que disfruta celebrando y compartiendo con lo mucho o poco que se tenga. Ojala seas tú de esos que aspiran a los bienes de arriba , no a los de la tierra, porque tu vida está escondida con Cristo en Dios y sabe que el verdadero secreto de la vida, como es lógico, no se encierra en el dinero. Antes que sea tarde ¡guárdate de toda clase de codicia!
Poldo Antolín sscc